domingo, 11 de julio de 2010

Artículo Dominical culto y denso para ser leído después del partido, por Patricio Grez de H.

Artículo Dominical culto y denso para ser leído después del partido,

por Patricio Grez de H.



Desde Ramsés segundo y mucho antes, el estatismo históricamente ha sido una tendencia feroz que ha pesado sobre el desarrollo del hombre libre. Le quiero contar un poco sobre Jean-Baptiste Colbert, ministro de finanzas de Luis 14, el Rey Sol.


Jean-Baptiste Colbert vivió entre 1619 y 1683. El no era economista ni de Harvard ni de Chicago. En aquellos tiempos no existía el termino "economista". Pero si tenía claro cuales ideas favorecía, las del llamado "mercantilismo" caracterizado por una fuerte injerencia del todopoderoso Estado en la economía. En sus largos años como zar de la economía del "rey Sol", Colbert aplicó profundamente una intensa intervención estatal y estaba convencido que era lo bueno, justo, y correcto, y creía firmemente que cualquier opositor estaba completamente equivocado, o era un ignorante o un sesgado por intereses personales.


Sus oponentes, tales como hombres de negocios que preferían libre comercio y poca intervención estatal, eran egoístas y cortoplacistas, solo él, Jean-Baptiste Colbert, tenía en cuenta los intereses de largo plazo de la nación. Los mercaderes, repetía constantemente, eran hombres chicos con solo "pequeños intereses privados".


Por ejemplo, los emprendedores de aquellos tiempos preferían la libre entrada a cualquier área de negocios. Pero Colbert pensaba que eso no estaba en el "interés público" y que iba en contra de lo "bueno para el Estado". El prefería establecer carteles muy regulados en todas las áreas de negocios, con uno o pocos participantes monopólicos, y jugosas ganancias para la burocracia gobernante. Un muy buen "negocio" como diría el senador Lagos Webas. El mito de lo "público" se prestaba perfecto para legitimar prácticas monopólicas nefastas.


Las ideas de Colbert sobre los impuestos eran las que probablemente tienen muchos de los ministros de hacienda, pero el las expresaba de la manera más brutal: "El arte de los impuestos", dijo, "consiste en desplumar al ganso de tal manera de obtener el máximo de plumas con el mínimo de chillidos". No hay testimonio más dramático de los conflictos inherentes entre el pueblo contra el Estado. Desde el punto de vista del Estado y sus gobernantes, el pueblo no es más que un ganso gigante al cual hay que desplumar de la manera más eficaz posible. Colbert le dijo al Rey Sol: "La regla universal de las finanzas es usar toda la autoridad de su majestad para allegar fondos al reino."


Colbert también puso especial cuidado en poner la vida artística e intelectual de Francia bajo control estatal. El objetivo era asegurarse de que la creación artística e intelectual sirviera para la glorificación del rey y "su obra", tal como lo hizo la Reina Ricarda cuando creó su "ministerio de la curtura". Una enorme cantidad de recursos se dedicó a fastuosos palacios y chateaux para el rey, siendo el más gigantesco Versailles que costó 40 millones de livres.


Durante el ministerio de Colbert se gastaron más de 80 millones de livres en edificios estatales, Colbert movilizó a artistas e intelectuales y los apoyó con subsidios y proyectos estatales. Se crearon academias monopólicas extrictamente reguladas para asegurar que su trabajo siempre estuviera al servicio del Estado, o sea del Rey. Ni la música ni el teatro estaban a salvo de las garras de Colbert. El prefería la opera italiana al ballet francés y cuando un señor llamado Pierre Perrin produjo la primera opera francesa, Colbert le dio el monopolio para presentar cualquier obra musical. Pero Perrin era mal administrador y quebró. Para salir de sus deudas le vendió sus derechos monopólicos a Jean Batiste Lulli, y de ahí en adelante se necesitaba el permiso de Lulli para presentar cualquier obra musical con más de un instrumento, flor de "negocio" diría el senador Lagos Webas.


Lo mismo pasó con el teatro. Colbert sacó a todos los teatros del negocio y creó un solo teatro estatal, la Comédie francaise, con el monopolio de cualquier obra de teatro.


Con la regulación y el monopolio vino todo tipo de lucrativos favores estatales. La mente de toda una nación fue corrompida al servicio del Estado, del Rey.


Colbert era un todopoderoso burócrata estatal que despreciaba los "intereses egoístas" de "pequeños hombres individualistas" de "mente estrecha e insignificante"..el presumía de siempre hablar y actuar para favorecer el "interés nacional" , el "interés público".


Era un hombre frío e implacable y escaló posiciones en base a la intriga y la adulación, hasta convertirse en el zar económico del reino. En una ocasión le escribió al Rey: "Sire, uno debe permanecer maravillado silenciosamente, y agradecer a Dios cada día por haberme hecho nacer para vivir en el reinado de su majestad". Colbert le buscaba al rey los gansos que se le perdían, le suministraba sus naranjas favoritas, se encargaba del nacimiento de los hijos ilegítimos del rey Sol, y le compraba joyas a sus muchas amantes, de parte del rey of course. Le dijo una vez a su hijo: "Tienes que prepararte para ser agradable al Rey, tienes que trabajar con gran esfuerzo, durante toda tu vida para ser agradable a su majestad".


Colbert fue bien recompensado por sus "servicios al Estado". Aparentemente el hombre no tenía problemas en identificar el "interés público" con el propio a la hora de repartir el lucrativo desplume de los sectores productivos. Un continuo flujo de beneficios le llegó del agradecido rey, incluyendo tierras, bonos, y valores de todo tipo. En total amasó más de 10 millones de livres. Asimismo su extensa familia se vio muy favorecida. Hermanos, primos, hijos y sobrinos de Colbert se vieron bañados en favores, se volvieron obispos y arzobispos, embajadores, intendentes, comandantes, etc. etc. etc. A la familia Colbert ciertamente le fue espléndido de parte del soberano y del "interés público" de Francia. Tras su muerte, sus sucesores practicaron el "colbertismo" también, y su herencia de intervención estatista a ultranza todavía se nota en la Francia actual.


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